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La emoción se sentía en el aire, la brisa de primavera soplaba confeti y jugaba en los rizos de las serpentinas, cuidadosamente formados por el comité organizador del baile. Luces de neón brotaban de entre la pista de polietileno al ritmo de la música cuidadosamente mezclada por el dj en turno, un alumno de tercer año que, como casi todos los dj inició creando listas de reproducción de sus cantantes o bandas favoritas y luego mezclándolas para después producir sus propias canciones y que, a decir verdad, no lo hacía nada mal.

La escenografía, impecable y hecha sólo con el propósito de ambientar la fiesta, se enriquecía con los atuendos de sus asistentes que iban desde los “despreocupados”, esos que de manera anárquica se habían puesto lo que fuera que expresara su identidad, hasta los que habían hecho gastar grandes sumas de dinero a sus padres con tal de lucir tan prolijos como las estrellas de cine en las alfombras rojas de los eventos televisivos.

En general, el evento era felicidad, sudor y risas, que emanaban de los cuerpos de los asistentes, tanto de los que bailaban frenéticamente al centro de la pista disfrutando una de sus más grandes noches de los años venideros, como de los que atrincherados en un rincón oscuro y apartados de las personas encomendadas a su cuidado, quienes se encontraban más interesados en los chismes del profesorado, intercambiaban caricias y se exploraban con esa timidez y emoción que caracterizan a los primeros encuentros de una vida púber que despierta a pasos agigantados y en los que sólo se busca reconocerse en el reflejo del otro.

Apartada de esa algarabía, en el segundo cubículo del sanitario destinado para las mujeres se encuentra Mariana, quien lleva más de una hora refugiada en esa “caja” con puertas de aluminio y decorada con pintas varias a las que por supuesto no les hace mucho caso. Está ahí porque se siente protegida por esas paredes que han contemplado generaciones de mujeres como ella, han sido testigos de llamadas privadas con las parejas de quienes una a una ocuparon ese cubículo para apartarse por minutos de su entorno y charlar de una manera más alejada de todos; así también han estado presentes cuando se derraman lágrimas de angustia por esa prueba de embarazo positiva, secundaria de esa “primera vez” en donde “no pasa nada”. Han mirado azoradas la inocencia perdida de esas jovencitas de 14 años que de manera pícara y provocativa se toman fotos de esas zonas cubiertas por la ropa y deseadas y ansiadas por muchos, con el único propósito de demostrar que ya no son niñas y que son tan temerarias que no tienen miedo de hacer eso y más.

En fin, esos cubículos y esas paredes en particular, han visto a las jovencitas en sus más vulnerables momentos, pero hoy, son deponente del esmero que Mariana tuvo para elegir su vestido “strapless” rojo, con el que deseaba demostrar la pasión que tiene por la vida y su actitud atrevida al no depender de tirantes que soporten el escote y que siempre despiertan la curiosidad o la posibilidad de los espectadores para que se muestre un poco más de lo que se muestra.

Mira el detalle de la tiara, adornando la cabeza y denotando que sigue siendo una creyente de los cuentos de hadas y princesas y que como todas, o si no la gran mayoría, busca a su príncipe azul en su blanco corcel que se supone estará atento a sus demandas y caprichos, que la tratará como reina y que se desvivirá por ofrecerle todo lo que tenga a su alcance; y no como sucedió cuando Alfredo, como príncipe en cuestión, notó a Vanessa (que “¡obveeo!” era menos bonita que ella), con quien llevaba toda la noche bailando y a quien había besado al final de una canción de Snow Patrol.

Para Mariana era el acabose, era una noche trágica, ¡la peor de toda su vida!, pero para el segundo cubículo del baño de mujeres, era otra noche de corazones rotos y princesas sin corona y con el rímel corrido por sus lágrimas amargas y quienes en dos semanas más estarán riendo por la emoción de otro interés romántico.

2 pensamientos en “Baile de Graduación por Alberto Castillo

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